La guerra de las galaxias (Star Wars: Episode IV – A New Hope; George Lucas, 1977) / El Imperio contraataca(Star Wars: Episode V – The Empire Strikes Back; Irvin Kershner, 1980) / El retorno del jedi (Star Wars: Episode VI – Return of the Jedi; Richard Marquand, 1983)
Déjame compartir contigo algo que cambiará tu vida. No es una película, ni tres, ni seis, ni tampoco solo un universo ficticio que se extiende a cualquier soporte imaginable. No es solo una historia, ni la historia que te voy a contar. Al final algunas historias no son lo que parecen y las historias que nacen de esta son complejas y en la niñez puede haber dolor y miedo y muerte y, aun si has tenido esa determinada vida, puede quedar como resto la alegría, un cierto tipo de alegría eufórica y solemne, si te regalaron algo que pudiste y podrás compartir. Cuando tenía cuatro años mi padre me regaló el inicio de esta historia. El inicio de la historia empezó por el final de otra, pues en brazos me llevó a una sala cine para ver el estreno de El retorno del jedi. El inicio de todo, pues es el primer recuerdo consciente que tengo de él y de mi propia historia.
Siéntate conmigo, es buen momento para volver a estas películas, como hice innumerables veces. Porque son bálsamo, y son recuerdo, y son infancia despojada de temor. Star Wars aloja un universo al borde del mundo, de nosotros mismos, lejos de los ecos estrepitosos de esas ruedas y engranajes que se fingen importantes en el mecanismo perfectamente equilibrado de lo que llamamos realidad. No encontrarás ciencia aquí. No encontrarás solo ficción. Siéntate y comparte conmigo un territorio sentimental. El que compartí con mi padre y todavía comparto, el que comparten tantos en tantas generaciones, entre amigos, entre parejas, entre matrimonios oficiados por un sujeto disfrazado de almirante Ackbar.
Entra conmigo, espero que cambie tu vida. Te llevaré entonces a un nuevo estreno, sin amargarme por supuestas perversiones de un espíritu que es en sí mismo incorruptible. Serás tú quien apriete mi mano al ver volar una vez más al Halcón Milenario, porque jamás dejará de ser el montón de chatarra más rápido de la galaxia. Algún día un sinvergüenza te responderá «lo sé» a un «te quiero» y entonces la intimidad perfecta nacerá con quien ya no será más un desconocido. Se esfumará el mar para que solo quede arena, y mirarás la puesta de sol imaginándolo gemelo, mientras tarareas la melodía de «Binary Sunset» adoptando el gesto adusto de quien mastica almendras amargas pero con una sonrisa inabarcable en tu interior. Tendrás la tentación de querer fingirte adulta odiando a los ewoks, después de haber disfrutado de dos películas y media como la niña que gracias a todo esto seguirás siendo. Blandirás cualquier palo haciendo ese sonido con la boca, cuando encuentres algo largamente deseado pensarás que no eran esos los droides que estabas buscando, conducirás por el túnel de la M30 perseguida por Tie Fighters en las trincheras de la Estrella de la Muerte, te sentirás la tía Beru cuando acciones una Thermomix. Y este juego lo compartirás con alguien, y dejará de ser un simple juego.
Alguien sin el inconveniente de esta resistencia mía a la erudición podría explicarte las influencias que entretejen Star Wars, del space opera, el western, las películas de samuráis de Kurosawa asomándose en cada combate de sable láser, o que es una reelaboración más del mito del viaje del héroe glosado en El héroe de las mil caras de Joseph Campbell. De los ladrillos físicos y culturales que construyeron estas películas. Pero yo solo puedo hablarte de los sentimentales, si te sientas aquí y contemplas esta historia, donde todos hemos querido imitar la media sonrisa de Han Solo, donde conocerás a Leia en el rescate de una princesa que, por fin, no necesita que nadie la rescate, donde no hay cinismos relativistas porque el bien y el mal existen clara y físicamente, pero donde hasta del mal más oscuro se puede retornar si tu hijo se llama Luke Skywalker. Y querrás también legar a otros este mundo que trasciende la pantalla, porque si bien las religiones y las armas antiguas no valen nada comparadas con un buen bláster no será solo la Fuerza lo que te acompañe, también esta historia que es mucho más que una historia.
Siéntate a mi lado y después compártelo. Mi padre lo hizo conmigo y ese es mi recuerdo, y la suavidad de su último beso, y cómo de fuerte abraza un hombre a un niño que no volverá a ver. Compártelo como yo ahora quiero hacerlo contigo, y con vosotros si es que estáis leyendo. Algo tan estúpido como una simple trilogía repleta de soldados imperiales con una puntería terrible, un granjero capaz de redimir a la encarnación del mal con casco en forma de glande negro, un felpudo con patas de dos metros o un androide de oro afrancesado en continuo ataque de pánico. Algo tan estúpido, sí, que al fin es un universo en el que asociar emocionalmente a todos los que viven con nosotros y también allí se adentraron, y a los que murieron antes de tiempo y ahora son uno con la Fuerza.
Siéntate y adéntrate conmigo. Va a empezar. ¿Escuchas eso? Truenan los metales en la música de John Williams, unas letras amarillas se deslizan sobre las estrellas. Quiero compartir esto contigo y ojalá cambie tu vida. Alguien lo hizo conmigo, y antes y después muchos otros lo hicieron. Ellos, los que ya no están, nos regalaron tanto metiéndonos en esta historia que ya es mucho más que una historia. Una historia de hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana. Y nunca como ahora, en este justo instante, volvieron a estar tan cerca de nosotros.
Artículo extraído del libro Jot Down 100: SCI-FI disponible en nuestra store en preventa y muy pronto disponible en nuestra red de librerías.
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